Hacía ya cuatro meses
que el hijo de doña Clementina partió a la guerra, y ya hacía tiempo que la
viejita se desesperaba. Nuria, su nuera, le aconsejó ir con ella a una vidente
gitana que, a cambio de unas monedas, le diría si su hijo tardará mucho en
volver. El día dos de cada mes se reunirían para preguntarle a la ventura por
Armando.
La primera vez que
fueron, la gitana les sorprendió por su ternura y su cercanía. Las recibió en
su austero salón con tres tazas de café humeante sobre la mesa. Bebieron y le
contaron su situación, que era el motivo de la mayor parte de las modestas
ganancias de la viudita. No estuvo permitió azucarar el café, que era demasiado
amargo como para contar el motivo de tanta pena, pero aún así suegra y nuera
bebieron a buen ritmo. La gitana daba sorbos pequeños y ruidosos muy de vez en
cuando. Al acabar las tazas vacías, la gitana miró en la disposición de los
posos de café el estado de su querido Armando. “Está vivo, pero no llegará pronto.” La viudita se llamaba
Esperanza. Aceptó y agradeció el donativo y despidió afectuosamente a sus
clientes.
Pocas noticias
llegaban de la guerra, y la mayoría eran falsas. Clementina aprendió a descreer
los bulos, aunque cada día dos acudía a la vidente, esa viudita desaliñada que
siempre les decía lo mismo: “tu hijo está
bien, tiene muchas ganas de volver pero que de momento no puede.” Por una
parte era un alivio saberle con vida, aunque le temblaban las carnes al
imaginar de refilón las crueldades a las que estaba expuesto. Con el simple
gesto de darle unas monedas, la Esperanza se conformaba, y lo agradecía
efusivamente, pero las buenas noticias merecen que la propina sea generosa, no
vasa a ser que la tacañería gafara el futuro de su hijo. Clementina siempre decía
lo mismo al salir de casa de Esperanza:
-Nuria, cuando
Armando vuelva a casa, quiero hacerle un regalo. Pero uno bueno, tienes que
ayudarme a elegirlo bien.
-Los zapatos que ya
me comentó, ¿no?
-Eso es, Nuria, zapatos
de charol, de los que le gustan a él.
-¿Y por qué no se los
compra ya? Suegra, siempre está usted con lo mismo, cómpreselos ya y déjese de
esperar.
-¡No diga tonterías,
hija! ¿Y si vuelve de la guerra sin un pie?
-Pues le regala solo
uno.
Este diálogo puede
dar a entender que la relación entre ellas era mala. En absoluto. Sólo tenían
demasiada confianza, y Clementina pecaba de ser un poco pesada. No siempre se
han llevado tan bien, pero los pesares en común, cuando unen, unen bastante.
Pasaron los meses con
rutina imperceptible que solo era interrumpida por la llegada del segundo día.
Las campanadas de la iglesia anunciaban las horas y, de vez en cuando, las
defunciones. Igualmente la visita a la gitana era la señal de que otro mes
había pasado, lamentablemente, sin pena ni gloria. La providencia siempre decía
lo mismo a través de los posos que Esperanza leía. La guerra estaba siendo una
tensión que tiene que resolverse.
La visita en la que
se cumplieron cinco meses, la gitana tardó más de lo acostumbrado en enunciar
su sentencia. Suegra y nuera se temieron lo peor, pero la viejita anuncio con
una autoridad nunca vista: “Nuria, estás
embarazada. Va a ser un niño.” A Nuria se le resbalaron las lágrimas a
causa de un sentimiento tan ambiguo como desconocido. Se le pasaron por la
cabeza cosas como “Si Armando tardara en
volver y le pongo al niño un nombre que no le gustase, ¿se enfadaría? ¿se
pondría triste?”
-Se
llamará Armando, como su padre.
La idea no convenció a Nuria, pero en ese
momento una opción mala era mejor que la parálisis de la indecisión.
Al llegar a casa, a Clementina
le entraron unas ganas irreprimibles de aprender a leer los posos. Le entró
curiosidad casi enfermiza por entender qué vio Esperanza en aquellas tazas y,
sobre todo, qué puede callar de lo que ve. Quiso ir a pedirle que le enseñara,
pero no estaba segura de que la gitana lo interpretara como un gesto de
desconfianza. Pensó que la mejor actitud para mostrar interés por aprender es
la humildad, así que humildemente fue a su casa a pedirle que compartiera lo
que sabe. Temió que le sentara mal la proposición, o que fuera la propia
providencia la que elige quien puede ver simplemente la taza y quién más allá
de la taza. Anduvo pensando o más bien divagando camino de su casa. Estaba
nerviosa, aún así llamó al timbre con decisión. Olía a cafetera. Esperanza
abrió la puerta, y sin mediar palabra pudo ver en la mesa dos tazas llenas y
humeantes. Con una sonrisa muy tierna le dijo: “Si quieres aprender, empecemos cuanto antes.”
Tardó poco en empezar a verle sentido, aunque se le escapaban muchos detalles. Todas las mañanas se tomaba
un rato para, después de desayunar, interpretar la disposición que quedaba en
el fondo de su taza, aunque todos los días veía la misma noticia: “Todavía no.” Mantenía informada de sus
conjeturas a su nuera, la cual se fue a vivir a casa de la suegra, pues el
octavo mes de embarazo se le estaba haciendo terriblemente solitario.
Los días pasaban como
si la guerra le hubiera quitado el sentido a la existencia. Nuria podía romper
aguas en cualquier momento, así que Clementina se previno en tener avisado a su
médico. Unas cuantas mañanas después (nadie sabría decir cuántas) Clementina se
dispuso a leer los posos, cuando Nuria gritó de una manera tan espantosa que a
su suegra se le cayó la taza de la mano, estallando en mil pedazos al llegar al
suelo. Clementina sintió pavor al ver los cristales y los posos desperdigados
por el suelo mientras escuchaba los aullidos de dolor de su nuera, que parecían
provenir de la lejanía pero estaban a escasos metros. ¿La taza estaría rota
porque… Armando… murió? ¿Habría provocado la desgracia queriendo saber antes de
tiempo? La viejita se quedó petrificada en su asiento. Incluso creyó oír la voz
de Armando como si estuviera ayudando a la futura madre de su hijo. Segundos
después Armando entró en la cocina, entró realmente, y saludó a su madre
con euforia. Clementina quiso saber antes de tiempo, pero la providencia sabe
cómo y cuándo esconderse. La frase “Vas a
ser abuela” en boca de su único hijo le devolvió a Clementina el sentido de la realidad, de (la que en aquel momento era) la fantástica realidad.