domingo, 28 de abril de 2013

LOS POSOS DEL CAFÉ

 Hacía ya cuatro meses que el hijo de doña Clementina partió a la guerra, y ya hacía tiempo que la viejita se desesperaba. Nuria, su nuera, le aconsejó ir con ella a una vidente gitana que, a cambio de unas monedas, le diría si su hijo tardará mucho en volver. El día dos de cada mes se reunirían para preguntarle a la ventura por Armando.

 La primera vez que fueron, la gitana les sorprendió por su ternura y su cercanía. Las recibió en su austero salón con tres tazas de café humeante sobre la mesa. Bebieron y le contaron su situación, que era el motivo de la mayor parte de las modestas ganancias de la viudita. No estuvo permitió azucarar el café, que era demasiado amargo como para contar el motivo de tanta pena, pero aún así suegra y nuera bebieron a buen ritmo. La gitana daba sorbos pequeños y ruidosos muy de vez en cuando. Al acabar las tazas vacías, la gitana miró en la disposición de los posos de café el estado de su querido Armando. “Está vivo, pero no llegará pronto.” La viudita se llamaba Esperanza. Aceptó y agradeció el donativo y despidió afectuosamente a sus clientes.

 Pocas noticias llegaban de la guerra, y la mayoría eran falsas. Clementina aprendió a descreer los bulos, aunque cada día dos acudía a la vidente, esa viudita desaliñada que siempre les decía lo mismo: “tu hijo está bien, tiene muchas ganas de volver pero que de momento no puede.” Por una parte era un alivio saberle con vida, aunque le temblaban las carnes al imaginar de refilón las crueldades a las que estaba expuesto. Con el simple gesto de darle unas monedas, la Esperanza se conformaba, y lo agradecía efusivamente, pero las buenas noticias merecen que la propina sea generosa, no vasa a ser que la tacañería gafara el futuro de su hijo. Clementina siempre decía lo mismo al salir de casa de Esperanza:
 -Nuria, cuando Armando vuelva a casa, quiero hacerle un regalo. Pero uno bueno, tienes que ayudarme a elegirlo bien.
 -Los zapatos que ya me comentó, ¿no?
 -Eso es, Nuria, zapatos de charol, de los que le gustan a él.
 -¿Y por qué no se los compra ya? Suegra, siempre está usted con lo mismo, cómpreselos ya y déjese de esperar.
 -¡No diga tonterías, hija! ¿Y si vuelve de la guerra sin un pie?
 -Pues le regala solo uno.
 Este diálogo puede dar a entender que la relación entre ellas era mala. En absoluto. Sólo tenían demasiada confianza, y Clementina pecaba de ser un poco pesada. No siempre se han llevado tan bien, pero los pesares en común, cuando unen, unen bastante.

 Pasaron los meses con rutina imperceptible que solo era interrumpida por la llegada del segundo día. Las campanadas de la iglesia anunciaban las horas y, de vez en cuando, las defunciones. Igualmente la visita a la gitana era la señal de que otro mes había pasado, lamentablemente, sin pena ni gloria. La providencia siempre decía lo mismo a través de los posos que Esperanza leía. La guerra estaba siendo una tensión que tiene que resolverse.

 La visita en la que se cumplieron cinco meses, la gitana tardó más de lo acostumbrado en enunciar su sentencia. Suegra y nuera se temieron lo peor, pero la viejita anuncio con una autoridad nunca vista: “Nuria, estás embarazada. Va a ser un niño.” A Nuria se le resbalaron las lágrimas a causa de un sentimiento tan ambiguo como desconocido. Se le pasaron por la cabeza cosas como “Si Armando tardara en volver y le pongo al niño un nombre que no le gustase, ¿se enfadaría? ¿se pondría triste?”
  -Se llamará Armando, como su padre.
  La idea no convenció a Nuria, pero en ese momento una opción mala era mejor que la parálisis de la indecisión.

 Al llegar a casa, a Clementina le entraron unas ganas irreprimibles de aprender a leer los posos. Le entró curiosidad casi enfermiza por entender qué vio Esperanza en aquellas tazas y, sobre todo, qué puede callar de lo que ve. Quiso ir a pedirle que le enseñara, pero no estaba segura de que la gitana lo interpretara como un gesto de desconfianza. Pensó que la mejor actitud para mostrar interés por aprender es la humildad, así que humildemente fue a su casa a pedirle que compartiera lo que sabe. Temió que le sentara mal la proposición, o que fuera la propia providencia la que elige quien puede ver simplemente la taza y quién más allá de la taza. Anduvo pensando o más bien divagando camino de su casa. Estaba nerviosa, aún así llamó al timbre con decisión. Olía a cafetera. Esperanza abrió la puerta, y sin mediar palabra pudo ver en la mesa dos tazas llenas y humeantes. Con una sonrisa muy tierna le dijo: “Si quieres aprender, empecemos cuanto antes.”

 Tardó poco en empezar a verle sentido, aunque se le escapaban muchos detalles. Todas las mañanas se tomaba un rato para, después de desayunar, interpretar la disposición que quedaba en el fondo de su taza, aunque todos los días veía la misma noticia: “Todavía no.” Mantenía informada de sus conjeturas a su nuera, la cual se fue a vivir a casa de la suegra, pues el octavo mes de embarazo se le estaba haciendo terriblemente solitario.

 Los días pasaban como si la guerra le hubiera quitado el sentido a la existencia. Nuria podía romper aguas en cualquier momento, así que Clementina se previno en tener avisado a su médico. Unas cuantas mañanas después (nadie sabría decir cuántas) Clementina se dispuso a leer los posos, cuando Nuria gritó de una manera tan espantosa que a su suegra se le cayó la taza de la mano, estallando en mil pedazos al llegar al suelo. Clementina sintió pavor al ver los cristales y los posos desperdigados por el suelo mientras escuchaba los aullidos de dolor de su nuera, que parecían provenir de la lejanía pero estaban a escasos metros. ¿La taza estaría rota porque… Armando… murió? ¿Habría provocado la desgracia queriendo saber antes de tiempo? La viejita se quedó petrificada en su asiento. Incluso creyó oír la voz de Armando como si estuviera ayudando a la futura madre de su hijo. Segundos después Armando entró en la cocina, entró realmente, y saludó a su madre con euforia. Clementina quiso saber antes de tiempo, pero la providencia sabe cómo y cuándo esconderse. La frase “Vas a ser abuela” en boca de su único hijo le devolvió a Clementina  el sentido de la realidad, de (la que en aquel momento era) la fantástica realidad.

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