miércoles, 7 de septiembre de 2011

XXXI

Olor
a ascensor de hospital,
a lágrimas de ayer
empapadas en pan,
puestas a perecer
con visitas al mar.
Quedé estupefacto,
dolido y absorto
por faltas de tacto
de los oídos sordos.
Risas amargadas,
sabor agridulce,
cortinas saladas
las callan en bucle.
Ya traen los traidores
falsas esperanzas,
de ayer tradiciones
sin poca tardanza.
Un Dios que no llora,
no se pone triste
y no se preocupa
por mi, pues no existe.

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