Sin más demora, ahí va el secreto a voces:
Quiero follarte. ¿A que no te lo esperabas? Seguramente no de una forma tan
directa. No importa el cómo, ni el cuándo, ni el por qué, es una cuestión
instintiva. Quiero follarte como a una princesa o como a una furcia, pero no
sólo a ti, sino a las que me traen tu recuerdo y a las que me hacen olvidarte. Quiero
sacar la fiera que llevas dentro, quiero domarla, quiero saberte silvestre y
cabalgarte tierna o salvajemente. No quiero adularte, ni ensalzarte, ni
humillarte, ahora sólo quiero esa parte de ti que se muere por desnudarnos. No
quiero darte palabras, sino hechos.
Tal vez quisieras un príncipe azul modelado a
partir de la férrea personalidad de un cabrón. Desengáñate. Tal vez quieras alguien
que llegue, te haga sentir mujer y se esfume. Modestamente, no creo ser lo uno
ni lo otro, aunque ciertas faltas de entendimiento te podrían llevar a pensar
lo contrario. Reconozco mi naturaleza, la acepto y no me avergüenzo de ella. Si
no fuera porque mi madre quiso ingenuamente convertir las astas del cabrón de
mi padre en sangre azul, probablemente no estaría aquí escribiéndote. Todos
somos hijos de la ingenuidad y la lujuria, estoy vivo a estas ganas locas de
poseerte que comparto con mis mayores. Deseo montarte a ti y a tus semejantes.
Ese es el penoso milagro, estoy vivo gracias al egoísmo y a la ingenuidad.
Estás viva gracias a las erecciones y las dilataciones vaginales, gracias a los
fluidos, a los deseos y pensamientos impuros. Están vivos gracias a ese celo de
hormonas al que con mayor o menor acierto llamamos amor. Somos la lujuria
perpetuándose a través del tiempo, vivimos porque quienes nos precedieron
sucumbieron a la tentación y, si sucumbimos, vivirán. Ese es el ansiado fin,
aunque los medios son potencialmente infinitos.
Pienso en esos seres humanos fecundados in
vitro, que proceden no sé si de una paja o de una jeringa. Por mucho que lo
pretendamos, tanto nuestra fecundación, nuestra defunción y nuestra mísera
búsqueda de la felicidad tienen ese matiz milagroso y deleznable que por igual nos
atrae y nos repugna. No sé si quise haber sido tan explícito, aunque sinceramente
lo necesitaba. No te lo tomes como una cuestión personal, sino genérica. No te
he abierto mi corazón sino mi escroto, así que acepta como una muestra de
sobria sinceridad esta serie de impertinencias.
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